martes, 4 de mayo de 2010

Gastón a la orilla de la chimenea

Hacia varios meses que había aprendido a vivir a contramano de sus sentimientos. Lo que para uno era una buena noche de sexo y alcohol, para él era la única forma de engañar al pernocte y llegar a la mañana…


Y llegar a la mañana era una gran travesía de estupideces, de estar en los zapatos de un intruso viviendo en apariencia de buen pibe en la proa de un barco pirata.

Pero a mitad de ese pernocte, cuando dormía la fría compañía, caía su mascara. Miraba con recelo un cuerpo pensando en aquel que no hacía mucho anhelaba abrazar, que no necesitaba invitación porque siempre era bienvenido a desayunar. De pronto el aire se empezó a inundar de recuerdos, de fotos guardadas en un cajon, de frases que dolían por precisas, de carcajadas que despertaban a su hermana, de navidad, de año nuevo, de viajes pendientes, de la escalera, del sillón, del baño y de su sonrisa… sobretodo su sonrisa.

Y asi como quien no quiere la cosa retumba en su cabeza “cuando te hartes de amores baratos de un rato me llamas”. Exabrupto, duda seguida de acción: “hola… perdón por la hora pero…justo estaba pensando en vos y… nada, te extraño” y corta. Vuelve a la cama y de su boca sale un: te llamo un taxi? Llama, abre la puerta y vuelve a acostarse con un cierto grado de tranquilidad hasta que por su ventana sale el sol… y así eran sus sábados, un continuo ciclo de repeticiones y mentiras al corazón que por lo menos lo dejaban dormir. Es que hasta Sabina pidió tregua al encallar ese barco pirata en alguna isla, por más que la suerte no esté de su lado nunca se rindió al fracaso.

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